iempre me gustó verlo
dormir. Lo hice durante mucho tiempo a través de la abertura de la
puerta de su dormitorio. Dormía y duerme desnudo. Desde mí escondite
podía disfrutar de su cuerpo. Acariciaba con mis manos de adolescente
virgen su espalda velluda con sumo cuidado, como si temiera despertarlo.
Me deslizaría suavemente hasta sus nalgas. Yendo y viniendo por cada
una de las partes expuestas a mí mirada curiosa y excitada. Es un ritual
que el desconoce, que inicié no hace mucho y que he ido perfeccionando
con el tiempo. Con ese hombre llegué a sentir cómo mí cuerpo de niña se
alejaba, dejando en su lugar el de una adolescente que no lo veía como
su padrastro, si no cómo hombre. Su cuerpo tenía la fuerza de
perturbarme hasta humedecerme. Y no su cuerpo sino la brisa sudorosa que
emanaba de sus poros. Mis manos necesitaban perderse bajo mí camisón y
acariciar ese púbis casi infantil y adentrarse en ese sexo que parecía
contener en sus profundidades un fuego encendido. Mientras él ignorante
de lo que ocurría tras esa puerta dormía placidamente. Imaginé que mis
manos acariciaban su hermoso pene. Que con mi mano derecha acariciaba
sus testículos. Lo había visto en una revista que me había dejado una de
mis amigas. Me excitaba pensar que mí dedo recorría el pliegue que en
una línea perfecta nacía en su culo y se perdía entre las arrugas que
cubrían el glande. Mientras él se mordía los labios para no gritar. Con
firmeza y muy despacio descorrería el velo, dejando al descubierto la
rosada y tibia cabeza de su pene a la que yo lamería una y otra vez.
Llegué a verlo retorcerse y escucharlo gemir y eso me hacía volver a
sentir entre mis muslos una intensa humedad. Pero una noche su sueño no
debió ser tan denso y me pillo en el suelo, sudorosa y jadeante con el
camisón levantado y las piernas abiertas. No dijo nada, tan solo me
pidió que por favor me fuera a la cama. Me sentí avergonzada. Mí rostro
echaba fuego. A partir de aquella noche todo a nuestro alrededor parecía
haber cambiado, al igual que nuestro comportamiento. Desde que me
encontró de aquella forma, dejé de ser su hijastra, esa con la que había
estado conviviendo diez años y que a la muerte de su mujer había
quedado a su cargo. La atracción que sentía desde hacía años por ese
hombre me había llevado a una situación embarazosa, tanto para él como
para mí. Se había convertido en una obsesión, que no me permitía
realizar la vida que cualquier otra joven de mí edad. Apenas salía de
casa fuera del horario de mis clases en el instituto. No aceptaba salir
con chicos, es más los evitaba. En mí vida solo dejé que participaran
chicas, compañeras de clase, por lo que se me llego a creer que era
lesbiana. El silencio entre mí padrastro y yo era una realidad, que a
veces conseguía a resultar asfixiante. Pero pude advertir en él algo que
me infundía una ráfaga de esperanza. Sus miradas, esas que a veces no
lograba esconder a tiempo, escondían ahora una especie de destello
desconocido hasta entonces por mí. Fui consciente de lo que hice y de
la trampa que tendí a sus pies, pero era el único modo de averiguar algo
que necesitaba… Invite a dormir conmigo a una chica de mí clase, sabía
que yo le gustaba y creí que podría ayudarme en lo que deseaba
averiguar. Iba a pedirle que me dejara compartir su cuerpo. Ella era una
chica desconcertante. Su serenidad lograba a veces inquietarme
desafiándome. Cuándo llegó a casa se la presente a él y los tres pasamos
una agradable velada durante el tiempo que duró la cena. Él nos estuvo
observando todo el tiempo. En otro momento me hubiera molestado que lo
hiciera, pero no esa noche tan especial. Mí comportamiento con esa chica
fue, me atrevo a decir deshabituad. Yo normalmente no era así de
afectuosa. Una vez terminada la cena le dije a mí padrastro que nos
íbamos a mí dormitorio. Él con una sonrisa extraña, nos dio las buenas
noches y se fue a ver la televisión. Una vez las dos a solas en mí
dormitorio la mire a los ojos, buscando en ellos ayuda. Hablamos de
trivialidades para relajar el ambiente. Nos desnudamos para ponernos el
camisón. Sentí cómo sus ojos recorrían mí cuerpo. Me puse algo nerviosa.
Se fue apretando el nudo en mí estomago. Me encontraba algo tensa. Ella
se acercó a mí, sin decir nada y me tendió sus brazos como refugio.
Acepte ese abrazo. Sentí nacer la necesidad de su boca. Me besó
largamente. La detuve con el índice sobre sus labios. Me sentía extraña,
inquieta por lo que estaba haciendo. Enredé mis dedos en sus cabellos.
Ella buscó una de mis manos y la llevó hasta uno de sus pechos. Así
iniciaría aquel juego… El aire se fue enturbiando. Ella se recostó
sobre la cama ofreciéndose a mí. Un voluptuoso aroma, comenzó a danzar
entre nosotras. Solo esperaba que él como otras noches estuviera tras la
puerta, mirando tras la cerradura, como solía hacer yo de niña. El
cuerpo de esa chica era hermoso y tentador, del que emanaba a raudales
sensualidad. Levantó con descaro sus caderas provocándome. Con sus dedos
pinzo repetidas veces sus pezones, mientras se mordía los labios. Me
incline sobre ella. Mí boca fue en busca de esos pequeños pechos que me
recibieron en un excitante estallido. La rigidez y dureza de sus pezones
parecían estar esperándome. Eran provocadoramente hermosos revestidos
de ese color purpúreo. Me incitaban, deseaban ser acariciados, besados,
lamidos y mordisqueados por mí. Me senté sobre su pecho con todo el peso
en mis rodillas. Me tomó de la cintura llevándome hacia su boca. Me
sujeté con fuerza a los bordes de la cama y descansé mi vulva en sus
labios. Me lamió como un gato llevándose con su lengua todo el exceso de
humedad. Tomó mis pezones entre los dedos, apretándolos. Sentí su
lengua forzándome los labios, para entrelazarse con la mía. Su saliva
que por debajo se transformaba en más jugos para saciar su deseo. Se
apartó de mi boca y escuché tras de nosotras un gemido que me supo a
gloria, el de él. Lo imagine excitado, masturbándose enfebrecido por lo
que le estábamos ofreciendo. Su miembro palpitante entre sus manos. Sus
huevos apretados, la vena hinchada y violácea a punto de estallar. Esa
imagen me excito enormemente. Abrí sus muslos, que brillaban por el
almíbar que me tenté a probar. Mis labios recorrieron arrastrando tras
ellos esa humedad. Acaricié con mis dedos sus labios, abriéndolos para
que surgiera su clítoris. Erecto, expectante, se escurría de mi dedo al
tocarlo y se endurecía hacia arriba cuando presionaba suavemente su
contorno. Recosté mi boca para chuparselo habidamente. Escuché como sus
gemidos se dispersaban a nuestro alrededor. Cambiamos de posición. Ella
se montó sobre mí, con su sexo sobre el mío. Embadurne mis dedos con
saliva y los introduje sin prisa en el orificio frotándolo con
urgencia...Gemía y se desarticulaba en espasmos. Abrazó mi pierna con
sus piernas, humedeciendo mi muslo con su danza, prendida a su euforia.
Sentí su dedo ensalivado clavándose por detrás. Asié con fuerza sus
pechos, mientras las convulsiones hacían zozobrar mí cuerpo. Tras ese
intenso orgasmo, nos besamos y acariciamos un poco más hasta que ella se
quedo dormida. Escuché atentamente, esperando averiguar si él seguía
tras la puerta, pero solo pude oír un inmenso silencio. Me levante con
cuidado para no despertarla y de puntillas salí del dormitorio. Me
dirigí hacía donde imaginé que lo encontraría. Entreabrí la puerta y
escuché el sonido áspero de su respiración, me enterneció. Seguía
cabizbajo sentado sobre su cama. Deseé abrazarlo, besarlo. Busqué el
valor necesario para acercarme a él. Si esa noche no daba ese paso,
jamás lo daría. Yo había dejado de ser una jovencita ingenua que se
había encaprichado de aquel hombre. Sentía el frío del miedo, ese que
siempre recorría mí cuerpo cuándo me encontraba asustada. Abrí despacio
la puerta, intentando no asustarlo. Levantó sorprendido su rostro ante
mí presencia. Fue al ver su mirada, cuándo recordé mí desnudez. Amaba
tanto a ese hombre que me enfrente a su rechazo. Me acerqué a él con
pasos suaves y lentos, sin dejar de mirarlo. Me puse de rodillas frente a
ese hombre que no hizo nada por alejarme de su lado y recosté mí rostro
sobre sus piernas. El pecho me dolía de la fuerza en la que golpeaba
dentro mí corazón. La densa oscuridad que nos había rodeado desde hacía
tiempo, comenzó a desvanecerse dándole paso a la claridad que trae
consigo la esperanza. Todo seguía en silencio. Sus brazos caían a lo
largo de su cuerpo desmadejados. Sus manos se avivaron para acariciar mí
cabello, sus dedos se adentraron entre mis rizos. Sentí como esparcía
entre ellos besos… me di cuenta de que él estaba llorando. Me sentí
fatal por lo que le creí estar haciéndole. Levante mí rostro,
encontrándome con ese llanto silencioso. Me puse en pie y con mis labios
fui secando el rastro dejado por sus lágrimas lamiéndolas. Sentía que
me ahogaba. No deseaba verlo de aquella manera. Besé sus parpados, besé
sus labios, temblaban, no sabía si seguir con lo que estaba haciendo o
salir de su dormitorio y de su vida… Lo sentía abandonarse ante algo
contra lo que ya no podía luchar más. Deseé ofrecerle consuelo en mí
cuerpo. Acaricie su espalda velluda. Mis manos fueron de un lado a otro
inquietas. Me conmovía verlo de aquella manera, pero es tan inmenso mí
deseo por ser suya y que él fuera mío, que desoí cualquier intento por
parte de mí conciencia por qué finalizara ese momento. Me repetí a mí
misma una y otra vez, que él también me deseaba, aunque no se atreviera a
dar ese paso … Su ropa se interponía entre ese contacto tan ansiado
por mi. Mis manos fueron quitándosela cuidadosamente, siguiendo los dos
inmersos en aquel silencio. Su piel reaccionaba a los roces de mis manos
o mis dedos agitándose. Le hice sentarse sobre la cama, poniéndome de
nuevo de rodillas ante él. Llego hasta mí el aroma particular e intenso
de su sexo atiborrándose de sangre. Mis manos acogieron entre ellas ese
miembro que iniciaba a sentir la efervescencia de la excitación.
Acaricie sus testículos. Le escuché gemir al lamérselos. Me excitaba
escucharlo. Recorrí con mis dedos su glande, siguiendo hasta el final
que se perdía entre sus muslos. Cuando llegué a tocar su ano, se recostó
mordiéndose los labios. Sabía, aún antes de tocar su miembro, que
estaba listo y ansioso de mi boca. Con firmeza y muy despacio
desvestiría de la membrana rosada y tibia y la abrace con mis labios. Se
estremeció con el roce tibio de mi lengua y las paredes internas de mi
boca, llegando hasta las puertas de mí garganta. Chuparlo fue un placer
en si mismo. Sus palabras eran un barullo de fondo, que no logre
descifrar. El calor se había aposentado en nuestras pieles. Con mí
lengua recogí las perlas de sudor retenidas en la punta de los pelos de
su pecho. Fue entonces cuándo él buscó mí boca y la cubrió con la suya.
Sentí que una inmensa alegría se desbordaba dentro de mí. Esa vez había
sido él quién había buscado sus labios. Mis ojos se llenaron de
lágrimas. Sus brazos rodearon mí cuerpo. Por primera vez me sentí en
paz.
Con uno de mis dedos, rozo tus labios, dibujar tu boca intento. Cerrando los ojos te pienso siguiendo la línea con mi dedo, con el pensamiento te palpo. En tu rostro se dibuja una sonrisa, que por azar es la que busco. La libertad entre mis dedos crea pinceladas de luces, hago nacer los ojos que deseo. Siguiendo los pasos ciegos sobre tu piel de lienzo , se derraman colores de deseo, entre caricias disuelto. Me miras, de cerca me miras, pero yo no te veo, solo te siento con el pincel de mis dedos jugamos tan solo a tocarnos. Nos miramos cada vez más de cerca yo, siempre con los ojos cerrados. Superponiéndose sensaciones, de colores inciertos en respiraciones agitadas, se confunden nuestros cuerpos. Nuestras bocas se reencuentran mordiéndose con los labios, sabores de deseo degustamos perfumes de amores viejos, jugando en sus recintos. El silencio limpia nuestras frentes, sudorosas de trementina y óleo. Entonces mis manos buscan hundirse en tu enmarañado cabello...
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