iempre me gustó verlo dormir. Lo hice durante mucho tiempo a través de la abertura de la puerta de su dormitorio. Dormía y duerme desnudo. Desde mí escondite podía disfrutar de su cuerpo. Acariciaba con mis manos de adolescente virgen su espalda velluda con sumo cuidado, como si temiera despertarlo. Me deslizaría suavemente hasta sus nalgas. Yendo y viniendo por cada una de las partes expuestas a mí mirada curiosa y excitada. Es un ritual que el desconoce, que inicié no hace mucho y que he ido perfeccionando con el tiempo. Con ese hombre llegué a sentir cómo mí cuerpo de niña se alejaba, dejando en su lugar el de una adolescente que no lo veía como su padrastro, si no cómo hombre. Su cuerpo tenía la fuerza de perturbarme hasta humedecerme. Y no su cuerpo sino la brisa sudorosa que emanaba de sus poros. Mis manos necesitaban perderse bajo mí camisón y acariciar ese púbis casi infantil y adentrarse en ese sexo que parecía contener en sus profundidades un fuego en...


















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