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Cristina García Rodero



















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¡Que los Sabios Majos nos apapachen!

Siempre tuve dudas con respecto a la tradición de los Reyes Magos: mi hija, Mohammed, sobrinos, etc... Pero mi padre me había transmitido con tanta pasión la ceremonia de escribir la carta, limpiar los zapatos, colocarlos en la salita, que entonces también era cocina y comedor, y despertarnos temprano el día 6, que , cuando supe cual era la realidad y de donde procedían los regalos, mi padre dejaba de fumar una temporada para ayudar al ahorro, él y mi madre economizaban para que, al menos, una petición de cada uno se cumpliese, no lo superé muy bien. Alrededor de los 12 años, comenzaron a contar conmigo para la complicidad de los preparativos, y mi padre, a quien le gustaba Baltasar porque siempre fue del sur, me llevaba de la mano a buscar el pentotal de la ilusión de los 3 chiquitines. Una vez, a las 10 de la noche del día 5 de enero, se dio cuenta de que faltaban las pilas de la moto pedida por Juan. Y los dos, abrigo y bufanda colocados a toda prisa, salimos en busca de una ferrete...

Fui

ui una niña la que sin saber el motivo, cambió juegos por lloros. El dolor suele tener diversas formas de manifestarse en la vida de cualquier ser humano. Caminé durante demasiados años de la mano de otros, que temían que pudiera romperme dado a esa fragilidad con la que me invistieron. Tal vez por eso aprendí a caminar por mí misma a dar esos primeros, a sufrir mis primeras caídas cuando mi juventud había pasado. Todo en mi vida llevó un enorme retraso, motivo quizás para que siguiera creyendo en esas “cosas” que otras personas habían dejado atrás en no se sabe que parte de sus vidas. Me aferré a ser lo que se me tenía prohibido sin prohibírmelo. La adolescencia se me había ido impregnando de desilusiones y más llanto. Ese querer y no poder, puede convertirse en algo demasiado amargo. Mi cuerpo no me permitía que me alejase del dolor físico y moral. “Vivir” se llegaría a transformar en un sobrevivir ceniciento. Fui y temo que sigo siendo "in...

“La canción de cada uno”

La canción de cada uno es un emotivo cuento popular africano, que hoy me he encontrado, de nuevo, navegando por el océano de esta red social, y me he acordado entonces del relato que escribí cuando lo leí por primera vez, para contar una realidad que duele, que emociona y conmueve. A veces me cantabas mi canción, la que fuiste a buscar a la selva cuando estabas embarazada. Esa era la costumbre en nuestra aldea africana: las mujeres embarazadas, al sentir que albergaban una nueva vida, se adentraban entre los árboles más altos y frondosos, y emitían sus plegarias, sus rezos a la selva, a la naturaleza, mientras esperaban oír entre el rumor de las brisas, del sonido incesante de los pájaros, la canción del nuevo ser. Porque todos tenemos nuestra canción, que está en el viento, en la vida, y la madre tiene que buscarla, atrapar su sonido del aire, la melodía en que está la identidad de su hijo. Y cuando tú escuchaste la mía, te la aprendiste, y volviste a la aldea, a esperar a que...