briendo
las puertas del balcón, su rostro se encontró con el relente de la
madrugada. Su mirada mortecina fue recorriendo los montículos de hojas
resecas del otoño. Todo en el jardín ofrecía un aspecto que
armonizaba con su estado de ánimo. Aún se encontraba bajo los efectos de
la marcha de ella. Sin lugar a dudas, todas las despedidas, tienen
señales reconocibles, indicios: los que él se había negado a ver. El
tiempo trae y lleva las cosas, nada es eterno...
Desde
que ella se había marchado, las noches se habían convertido en
continuas vigilias, surgiendo de su memoria recuerdos de diferentes
texturas.
Le
bastaba cerrar los ojos, encontrandosela sentada en ese balancin que
se habia traido con ella por ser parte de la herencia de su abuela
materna, en la que con un libro entre sus manos leia junto a la fuente
del jardin o perdida en sus propios pensamientos.
La casa había quedado impregnada de su presencia, lo que lo condenaba irremediablemente a su recuerdo.
Cada
noche, recostado en aquella cama que había compartido con ella, si
cerraba los ojos, percibia su aroma y podia verla apoyada en ese mismo
rellano de la puerta temblando de frío,
sin más iluminación que la luz de la luna, con el vestido mojado por
la lluvia, adhiriéndosele al cuerpo como una segunda piel. Despuntándole
bajo la tela mojada sus pezones. Viendo como le goteaba por el rostro
mechones de cabello. Tan frágil, tan inocente y a la vez tan
endiabladamente tentadora. Su corazón marcaría un ritmo acelerado ante
aquella visión tan sugerente, llegando sentirse excitado. Era entonces
cuando su mano solitaria, se dedicaría acariciar con desesperación su
ingle, subiéndola y bajándola velozmente, queriendo y no queriendo al
mismo tiempo. Estremeciéndose en soledad, con un nudo en la garganta,
empujado por el deseo. Emergiendo de entre la penumbra esa imagen
secreta de ella. Viéndola recostada sobre la cama, con su liviano
camisón de gasa verde y los tirantes caídos sobre sus hombros. Su
cabellera cobriza recogida con una cinta en la nuca. Esa que a él le
gustaba desatar, derramándose todo aquel fuego sobre la almohada. Sus
ojos entornados., su mano deslizándose por el cuello y el escote,
prestando especial atención a la ondulación de sus senos. Recorriendo
despacio la invisible aureola de sus pezones provocadoramente. Era
imposible no excitarse con escenas como aquella. Siguiendo esa mano que
con sinuosidad se arrastra hasta la cintura y su vientre
incitadoramente. Le gustaba ser observada por él mientras se acariciaba
de aquella forma … Levantando el borde del camisón, arrastraba sus
delicados dedos por entre sus muslos abriéndose camino hasta la oscura
zona de su sexo. Volvió a cerrar sus ojos, mientras sus dedos separaban,
los pliegues de su vagina mimándola. Escapándosele murmullos de entre
sus labios. Era tremendamente excitante verla temblar de los pies a la
cabeza. Observar esos frenéticos movimientos con los que se frotaba el
clítoris. Emitiendo gemidos entrecortados. Su pierna izquierda
doblándose en convulsos movimientos, mientras que su otra mano
apretujaba sus pechos, pellizcando y retorciéndose los pezones.
cargándose su rostro de esa lujuria que la había ido arrastrando poco a
poco. Creándose una atmósfera sofocante. Haciéndose mas y mas delirante
verla como se acercaba a ella la culminación de ese orgasmo, que la
dejaría desmadejada y bañada en sudor…
Regresando
a esa oscuridad que de nuevo lo abarcaba todo. Cómo si en esa humedad
ella se hubiera diluido, volviendo a quedarse solo. Era entonces cuándo
exhausto , se levantaba de la cama, saliendo al balcón en busca de esa
serenidad perdida. Con el deseo acallado por esa noche.
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