Conversábamos
desnudos sobre los grandes almohadones. Sus manos acariciaban mis pechos y sus
dedos se entretenían en ir dibujando círculos invisibles alrededor de las
rosadas aureolas de mis pezones …
Hacía
tiempo que él había tratado de convencerme para que posase para uno de sus cuadros. Creí que se trataba
de una broma, pero ante su insistencia comprendí que dicha proposición iba completamente en serio. Rehúse
hacerlo mi pudor no me lo permitía.
Acabé respondiéndole que me lo pensaría.
Posar desnuda como sus otras modelos, no era algo que me apeteciese, mi cuerpo
ya tendía a descolgarse por la edad. Me dediqué a mirarme desnuda ante el espejo de mi
dormitorio una y otra vez, viéndome en ese receptáculo de cristal una vez mejor
que otras.
Pero
acabe haciéndolo, me costó mucho dar ese paso, pero lo conseguí. Cuando se lo
dije, apenas pude mirarle y él que me conocía
desde hacía tiempo, sabía lo mucho que me estaba costando acceder a su
petición. Intentó restarle importancia al tema y con la ayuda de varios bit bíters y
en un tono jocoso dimos el tema por zanjado por el momento.
Llegado
el dia de ese posado que me tenía tan alterada.
Me indicaste sin siquiera mirarme,
que una vez me hubiera deshecho de la
ropa tras el biombo, me fuese a tumbar sobre los almohadones y el futón chino. Como
un autómata, hice todo lo que me había dicho. Tarde en desnudarme. Me costó terriblemente salir de detrás de aquel parapeto de madera
mostrando mi desnudez ajada. Es cierto que en ningún momento él me recrimino mi
tardanza. Sentí que me echaba fuego la
cara. Me imaginé el sonrojo de mi rostro en comparación a la tonalidad nívea del
resto de mi cuerpo. Con una de sus sonrisas
entre picara y malévola me dijo que estaba preciosa y a continuación me
rogó que intentara relajarme. Las manos no dejaron de moverse intentando
tapar algo imposible de tapar de mi cuerpo,
ante la sonrisa de él . Lo que me hacía sentirme ridícula. Cualquier jovencita lo hubiese hecho con el desenfado y
naturalidad al que suelen estar acostumbradas. Mientras pensaba en eso, él
se me había acercado sin que yo lo hubiese advertido. Me tomó de una de las manos y me llevó hasta
el futón y los almohadones de colores
para hacerme tumbar sobre el.
Sus manos fueron paseándose por mis hombros, mis
pechos, mis caderas con toda naturalidad. Buscaba luces y sombras. Intenté ocultar mi turbación,
algo que me temo no fue posible, pues su cercanía me tenía muy alterada. Mi
piel temblaba bajo cualquier de sus contactos. Preferimos no mirarnos. Una vez que
me había conseguido situar mas o menos
como era su deseo , se puso en pie con
una gran agilidad y se dirigió con su caminar
característico cargado de decisión hasta un mueble medio roto que se encontraba
en una de las esquinas del estudio, sacando de el una botella de vino tinto y
dos copas polvorientas , que tuvo la delicadeza de limpiar con uno de los
trapos con rastros de pinturas multicolor , lo que me hizo reír , dejándolo
asombrado por no saber que había motivado esa risa.
Tomamos
varias copas de vino, conversamos de nimiedades. Se puso sus lentes y se
apoyó sobre un taburete para
ir tomando apuntes y más apuntes
sobre un bloc, unos validos y otros que acababan rotos entre maldiciones.
No
estaba acostumbrada a beber alcohol y el vino había comenzado a recorrer mis
venas, alejando de mi mente el pudor. Mientras él manchaba el lienzo con
trazos enérgicos, mi imaginación ya un tanto enfebrecida le despojó de
aquella camisa de cuadros medio rota y manchada,
ofreciéndome un pecho desnudo con restos de la hermosura de la juventud. Su
piel tostada y su vello me atraía, me incitaban a recorrerlo, besarlo acariciarlo...
volví a reír ante dichas imágenes y el cosquilleo tan agradable que
estaba sintiendo entre los muslos. Apure de un trago el resto del vino que quedaba en mi copa y volví
a sentir como me ruborizaba al ver que él me había estado observando de reojo.
Mi agitación se fue acrecentando por momentos. Me preguntó si deseaba
descansar, cambiar de posición, cosa que le agradecí inmensamente.
Volvió
a llenar mí copa desoyendo mis negativas. Por unos instantes quedamos uno
enfrente al otro. Con uno de sus dedos retiro un mechón de cabello de mi rostro.
Nunca me había mirado como lo estaba haciendo en ese instante. Se inclinó
sobre mí, besando ligeramente uno a uno mis pezones, lo que dificultó mi respiración. Esos primeros besos estuvieron
revestidos por una calma que no llegó a durar mucho, dándole paso a la
impaciencia del deseo. Sus manos, sus dedos manchados de óleo y olor a trementina se perdieron entre mi
abundante cabello rizado atrayéndome con fuerza. Se fue produciendo una
transfiguración en su rostro, que me asusto y me excito a la vez.
Sobre
aquel montón de almohadones, separó mis piernas sin brusquedad y acercando
su rostro hasta ese punto empezó a lamerme, a sorberme y a mordisquear mi
clítoris. Mis manos se aferraron a su cabeza, apretando su rostro contra
mi pelvis. Aquello estaba enloqueciéndome, arrancándome fuertes gemidos. Lo deseaba. Me incline hacia a él para quitarte la camisa manchada de pintura,
luché con aquella hebilla del cinturón que se resistía ante mi nerviosismo. Una
vez desnudo, Besaste mis ojos, mis labios, introduciendo tu lengua en esa
cavidad húmeda y entrelazándose a mi lengua. Nuestros cuerpos se fueron
sintiendo el uno al otro. Mis pechos parecían estar echando fuego. Nuestras respiraciones ahora eran
roncas. Te pusiste de rodillas sobre mi cintura. Apresé tu miembro entre mis
manos y lo acaricié, sintiendo como la sangre borboteaba bajo aquella piel tan
sensible, lo frote una y otra vez, lo lubrifique con abundante saliva, lo que
hizo que se me escapase de entre las manos una y otra vez. Acerqué mis labios
hasta su prepucio que roce con ellos,
mientras tu esperabas con impaciencia que me la introdujese en la boca, una vez
lo hice, tu espalda se arqueo victima del placer que estabas sintiendo. Gimió
de nuevo y se mordisqueo los labios. Mi
desinhibición estaba culminando. Nunca
creí poder llegar a realizar aquello. Levanté
su miembro para jugar con tus
testículos, lamiéndolos, mordisqueándolos, traviesamente, metiéndolos por
entero dentro de mi boca, lo que te hizo que su cuerpo se convulsionara
repetidas veces. Ahora el olor a trementina y a pintura se confundía con la del
aroma a sexo que destilaban nuestros cuerpos. Sumidos en el vértigo del deseo. Se
levantó como por efecto de un resorte y dirigiéndose
hasta tu mesa de trabajo, recogió unas
cosas, regresando de nuevo conmigo. Advertí que en tus manos llevabas tubos de pinturas.
Mi mirada curiosa y expectante siguió cada uno de tus movimientos. Echaste un
poco de cada uno de aquellos tubos sobre distintas partes de mi cuerpo, sentí
como aquella cremosidad tan fría había conseguido excitarme más. Tus dedos como
si fueran pinceles arrastraron tras de si aquellos colores, que irían
recubriendo mi piel con dibujos delirantes. Mi vientre se convirtió en segundos
en algo parecido a un lago verde esmeralda, mis pechos brotarían bajo
tonalidades calidas y enervantes como bocas llameantes. La entrada de mi sexo
se transformó en una enorme boca de labios incitantes. Una vez terminaste con
aquella forma tan singular de provocarme, me miraste a los ojos y bajando esa
mirada hasta mi coño en forma de boca, pusiste ante ella tu enorme y exultante miembro,
su roja cabeza besó aquellos labios tras los que se escondía la entrada a ese
lugar en el que el fuego seria aplacado por la humedad de los jugos de su sexo.
Arrastrando tras la transpiración de tu piel parte de tu obra pictórica. Entraste
una y otra vez en esa oquedad, embistiéndome incansablemente, arrancándome
gritos confusos entre el dolor o el placer más intenso. Enajenada me provocaba
a mi misma, estrujando con las manos mis pechos, con excitados pellizcos a mis
pezones, arrancándoles el color carmesí que él les habías prestado. Cuando supo
que ibas a correrse, aferró con fuerza
mis nalgas dominadoramente, arremetiendo ésta vez con mucha más fuerza, hasta
que sus testículos se clavaron reiteradamente en mi coño, produciendo un singular
sonido. Por fin te derramaste salvajemente en mis entrañas, surgiendo de tu
garganta una especie de alarido triunfante. Yo con las uñas aún clavadas en tu
espalda, disfrutaba del fluir de aquel líquido caliente que salía de esa
oscuridad para deslizarse por mis muslos.
Exangües
y jadeantes quedamos sobre aquellos revueltos almohadones, el uno en brazos del
otro, sin que su miembro hubiera salido de mis adentros. Así esperamos a la
normalización de nuestros cuerpos. Nunca imagine cuando me pediste que posara
para ti, que me vería inmersa en algo parecido. Una vez salio de mí, pasamos un
tiempo mirando el techo en silencio. Conversábamos desnudos sobre los grandes
almohadones. Sus manos acariciaban mis pechos y sus dedos se entretenían en ir
dibujando círculos invisibles alrededor de las rosadas aureolas de mis
pezones …
Hacía tiempo que él había tratado de convencerme para que
posase para uno de sus cuadros. Creí que
se trataba de una broma, pero ante su insistencia comprendí que dicha proposición iba completamente en serio.
Rehúse hacerlo mi pudor no me lo
permitía. Acabé respondiéndole que me lo
pensaría. Posar desnuda como sus otras modelos, no era algo que me apeteciese,
mi cuerpo ya tendía a descolgarse por la edad. Me dediqué
a mirarme desnuda ante el espejo de mi dormitorio una y otra vez,
viéndome en ese receptáculo de cristal una vez mejor que otras.
Pero
acabe haciéndolo, me costó mucho dar ese paso, pero lo conseguí. Cuando se lo
dije, apenas pude mirarle y él que me conocía
desde hacía tiempo, sabía lo mucho que me estaba costando acceder a su
petición. Intentó restarle importancia al tema
y con la ayuda de varios bit bíters y en un tono jocoso dimos el
tema por zanjado por el momento.
Llegado
el dia de ese posado que me tenía tan alterada. Me indicaste sin siquiera mirarme, que una vez me hubiera deshecho de la ropa
tras el biombo, me fuese a tumbar sobre los almohadones y el futón chino. Como
un autómata, hice todo lo que me había dicho. Tarde en desnudarme. Me costó terriblemente salir de detrás de aquel parapeto de madera
mostrando mi desnudez ajada. Es cierto que en ningún momento él me recrimino mi
tardanza. Sentí que me echaba fuego la
cara. Me imaginé el sonrojo de mi rostro en comparación a la tonalidad nívea del
resto de mi cuerpo. Con una de sus
sonrisas entre picara y malévola me dijo que estaba preciosa y a
continuación me rogó que intentara relajarme. Las manos no dejaron de moverse
intentando tapar algo imposible de tapar
de mi cuerpo, ante la sonrisa de él . Lo que me hacía sentirme ridícula. Cualquier jovencita lo hubiese hecho con el desenfado y
naturalidad al que suelen estar acostumbradas. Mientras pensaba en eso, él
se me había acercado sin que yo lo
hubiese advertido. Me tomó de una
de las manos y me llevó hasta el futón y los almohadones de colores para hacerme tumbar sobre el.
Sus manos fueron paseándose por mis hombros, mis
pechos, mis caderas con toda naturalidad.
Buscaba luces y sombras. Intenté
ocultar mi turbación, algo que me temo no fue posible, pues su cercanía me
tenía muy alterada. Mi piel temblaba bajo cualquier de sus contactos.
Preferimos no mirarnos. Una vez que me había conseguido situar mas o menos como era su deseo , se puso en pie con una gran agilidad y se
dirigió con su caminar característico
cargado de decisión hasta un mueble medio roto que se encontraba en una de las
esquinas del estudio, sacando de el una botella de vino tinto y dos copas
polvorientas , que tuvo la delicadeza de limpiar con uno de los trapos con rastros
de pinturas multicolor , lo que me hizo reír , dejándolo asombrado por no saber
que había motivado esa risa.
Tomamos
varias copas de vino, conversamos de nimiedades. Se puso sus lentes y se
apoyó sobre un taburete para ir tomando apuntes y más apuntes sobre un
bloc, unos validos y otros que acababan rotos entre maldiciones.
No
estaba acostumbrada a beber alcohol y el
vino había comenzado a recorrer mis venas, alejando de mi mente el
pudor. Mientras él manchaba el
lienzo con trazos enérgicos, mi imaginación ya un tanto enfebrecida le
despojó de aquella camisa de cuadros medio rota y manchada, ofreciéndome un pecho desnudo con
restos de la hermosura de la juventud. Su piel tostada y su vello
me atraía, me incitaban a recorrerlo, besarlo acariciarlo... volví a
reír ante dichas imágenes y el cosquilleo tan agradable que estaba
sintiendo entre los muslos. Apure de un trago el resto del vino que quedaba en mi copa y volví
a sentir como me ruborizaba al ver que él me había estado observando de reojo.
Mi agitación se fue acrecentando por momentos. Me preguntó si deseaba
descansar, cambiar de posición, cosa que le agradecí inmensamente.
Volvió
a llenar mí copa desoyendo mis negativas. Por unos instantes quedamos uno
enfrente al otro. Con uno de sus dedos retiro un mechón de cabello de mi
rostro. Nunca me había mirado como lo estaba haciendo en ese instante. Se
inclinó sobre mí, besando ligeramente uno a uno mis pezones, lo que dificultó
mi respiración. Esos primeros besos
estuvieron revestidos por una calma que no llegó a durar mucho, dándole
paso a la impaciencia del deseo. Sus manos, sus dedos manchados de óleo
y olor a trementina se perdieron entre
mi abundante cabello rizado atrayéndome con fuerza. Se fue produciendo una
transfiguración en su rostro, que me asusto y me excito a la vez.
Sobre
aquel montón de almohadones, separó mis piernas sin brusquedad y
acercando su rostro hasta ese punto empezó a lamerme, a sorberme y a
mordisquear mi clítoris. Mis manos se aferraron a su cabeza, apretando su
rostro contra mi pelvis. Aquello estaba enloqueciéndome, arrancándome fuertes
gemidos. Lo deseaba. Me incline hacia a
él para quitarte la camisa manchada de
pintura, luché con aquella hebilla del cinturón que se resistía ante mi
nerviosismo. Una vez desnudo, Besaste mis ojos, mis labios, introduciendo tu
lengua en esa cavidad húmeda y entrelazándose a mi lengua. Nuestros cuerpos se
fueron sintiendo el uno al otro. Mis pechos parecían estar echando fuego. Nuestras respiraciones ahora eran roncas.
Te pusiste de rodillas sobre mi cintura. Apresé tu miembro entre mis manos y lo
acaricié, sintiendo como la sangre borboteaba bajo aquella piel tan sensible,
lo frote una y otra vez, lo lubrifique con abundante saliva, lo que hizo que se
me escapase de entre las manos una y otra vez. Acerqué mis labios hasta su prepucio que roce con ellos, mientras tu
esperabas con impaciencia que me la introdujese en la boca, una vez lo hice, tu
espalda se arqueo victima del placer que estabas sintiendo. Gimió de nuevo y se mordisqueo los labios. Mi
desinhibición estaba culminando. Nunca
creí poder llegar a realizar aquello.
Levanté su miembro para jugar con
tus testículos, lamiéndolos, mordisqueándolos, traviesamente, metiéndolos por
entero dentro de mi boca, lo que te hizo que su cuerpo se convulsionara
repetidas veces. Ahora el olor a trementina y a pintura se confundía con la del
aroma a sexo que destilaban nuestros cuerpos. Sumidos en el vértigo del deseo.
Se levantó como por efecto de un resorte
y dirigiéndose hasta tu mesa de trabajo,
recogió unas cosas, regresando de nuevo conmigo. Advertí que en tus manos
llevabas tubos de pinturas. Mi mirada curiosa y expectante siguió cada uno de
tus movimientos. Echaste un poco de cada uno de aquellos tubos sobre distintas
partes de mi cuerpo, sentí como aquella cremosidad tan fría había conseguido
excitarme más. Tus dedos como si fueran pinceles arrastraron tras de si
aquellos colores, que irían recubriendo mi piel con dibujos delirantes. Mi
vientre se convirtió en segundos en algo parecido a un lago verde esmeralda,
mis pechos brotarían bajo tonalidades calidas y enervantes como bocas
llameantes. La entrada de mi sexo se transformó en una enorme boca de labios
incitantes. Una vez terminaste con aquella forma tan singular de provocarme, me
miraste a los ojos y bajando esa mirada hasta mi coño en forma de boca, pusiste
ante ella tu enorme y exultante miembro, su roja cabeza besó aquellos labios
tras los que se escondía la entrada a ese lugar en el que el fuego seria aplacado
por la humedad de los jugos de su sexo. Arrastrando tras la transpiración de tu
piel parte de tu obra pictórica. Entraste una y otra vez en esa oquedad,
embistiéndome incansablemente, arrancándome gritos confusos entre el dolor o el
placer más intenso. Enajenada me provocaba a mi misma, estrujando con las manos
mis pechos, con excitados pellizcos a mis pezones, arrancándoles el color
carmesí que él les habías prestado. Cuando supo que iba a correrse, aferró con fuerza mis nalgas dominadoramente, arremetiendo
ésta vez con mucha más fuerza, hasta que sus testículos se clavaron
reiteradamente en mi coño, produciendo un singular sonido. Por fin te
derramaste salvajemente en mis entrañas, surgiendo de tu garganta una especie
de alarido triunfante. Yo con las uñas aún clavadas en su espalda, disfrutaba
del fluir de ese líquido caliente que salía de esa oscuridad para deslizarse
por mis muslos.
Exangües
y jadeantes quedamos sobre aquellos revueltos almohadones, el uno en brazos del
otro, sin que su miembro hubiera salido de mis adentros. Así esperamos a la
normalización de nuestros cuerpos. Nunca imagine cuando me pediste que posara
para ti, que me vería inmersa en algo parecido. Una vez salio de mí, pasamos un
tiempo mirando el techo en silencio, hasta que los dos rompimos ese silencio
con nuestras risas. Volvimos
a ser quiénes éramos. Con el tiempo los
orgasmos se me olvidaron, sus caricias y besos aun los recuerdo.
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