Ir al contenido principal

TÈ, ECHE DE MENOS



Soy teinómana, lo reconozco. Pero nunca he tenido mono.
Nunca me ha faltado té.
            También soy dulce, recuerdo cuando te escribía con mis uñas corazones en tu espalda desnuda.
            Tú solo me decías: sigue, que me gusta.
            También soy cariñosa, casi siempre te seguía hasta la puerta de la calle para despedirte y darte un último beso.
            Tú solo me decías: hoy estas pesadita !.
            Reconozco que también soy orgullosa, recuerdo que no moví un solo músculo de mi cara cuando supe que no volverías, para que nadie pudiese contarle al oído del aire mi reacción.
            El aire dijo a los cuatro vientos que tú y yo no teníamos futuro.
            Entonces tuve mono. Tuyo.
            Alguien me dijo que en el desierto te olvidaría. Que allí se bebía té.
            En el Sahara todo me recordó a ti.
            La arena el color de tu piel.
            El aire tus caricias.
            El calor tu boca.
            El destierro... tu cobardía.
            Aziza, la mujer que me ofreció su jaima para descansar, me preparó un té.
 Vestía de verde. Recordé tus ojos.
Bebí el primer té, dijo que era amargo como la vida. Bebí el tercer té, dulce como la muerte.
El segundo me pasó de largo, y me rozó con su vaho los labios, entonces recuerdo que besé en el desierto. Me rozó con su aroma la nariz, entonces abrí mi pecho y recuerdo que suspiré en el desierto. Me rozó el color caldero del liquido los ojos y entonces recuerdo que lloré en el desierto.
Aziza, la mujer que me ofreció su jaima para olvidarte, dijo que el segundo té era alegre como el amor.
            Entonces recuerdo que odié. Te odié en el desierto.



YOLANDA

Comentarios

Entradas populares de este blog

¡Que los Sabios Majos nos apapachen!

Siempre tuve dudas con respecto a la tradición de los Reyes Magos: mi hija, Mohammed, sobrinos, etc... Pero mi padre me había transmitido con tanta pasión la ceremonia de escribir la carta, limpiar los zapatos, colocarlos en la salita, que entonces también era cocina y comedor, y despertarnos temprano el día 6, que , cuando supe cual era la realidad y de donde procedían los regalos, mi padre dejaba de fumar una temporada para ayudar al ahorro, él y mi madre economizaban para que, al menos, una petición de cada uno se cumpliese, no lo superé muy bien. Alrededor de los 12 años, comenzaron a contar conmigo para la complicidad de los preparativos, y mi padre, a quien le gustaba Baltasar porque siempre fue del sur, me llevaba de la mano a buscar el pentotal de la ilusión de los 3 chiquitines. Una vez, a las 10 de la noche del día 5 de enero, se dio cuenta de que faltaban las pilas de la moto pedida por Juan. Y los dos, abrigo y bufanda colocados a toda prisa, salimos en busca de una ferrete...

Con uno de mis dedos

Con uno de mis dedos, rozo tus labios, dibujar tu boca intento. Cerrando los ojos te pienso siguiendo la línea con mi dedo, con el pensamiento te palpo. En tu rostro se dibuja una sonrisa, que por azar  es la que busco. La libertad entre mis dedos crea pinceladas de luces, hago nacer los ojos que deseo. Siguiendo los pasos ciegos sobre tu piel de lienzo , se derraman colores de deseo, entre caricias disuelto. Me miras, de cerca me miras, pero yo no te veo, solo te siento con el pincel de mis dedos jugamos tan solo a tocarnos. Nos miramos cada vez más de cerca yo, siempre con los ojos cerrados. Superponiéndose  sensaciones, de colores inciertos en respiraciones agitadas, se confunden nuestros cuerpos. Nuestras bocas se reencuentran mordiéndose con los labios, sabores de deseo degustamos perfumes de amores viejos, jugando en sus recintos. El silencio limpia nuestras frentes, sudorosas de trementina y óleo. Entonces mis manos buscan hundirse en tu enmarañado cabello...

EL OTRO DIOS.

Yo nunca creeré en: El Dios que “sorprenda” al hombre en un pecado de debilidad. El Dios que condene la materia. El Dios que ame el dolor. El Dios que ponga luz roja a las alegrías humanas. El Dios mago y hechicero. El Dios que se hace temer o no se deja tutear. El Dios que se haga monopolio de una iglesia, de una raza, de una cultura o de una casta. El Dios que juega a condenar. El Dios que «manda» al infierno. El Dios incapaz de perdonar lo que muchos hombres condenan. El Dios incapaz de comprender que los niños deben mancharse y son olvidadizos. El Dios que exija al hombre, para creer, renunciar a ser hombre. El Dios a quien no temen los ricos a cuya puerta yace el hambre y la miseria. El Dios al que adoran los que van a Misa y siguen robando y calumniando. El Dios que no supiese descubrir algo de su bondad, de su esencia, allí donde vibre un amor por equivocado que sea. El Dios que condene la sexualidad. El Dios para quien fuese el mismo pecado complacerse con la vista de unas pier...