Uno no quería contar con nadie, y Uno no entendía por qué era impar si antes de él había alguien.
Uno no quería contar con nadie, y Uno sentía que después de él estaba el infinito.
Y a Uno lo sempiterno le daba miedo, así que Uno, muerto de pavor, se fijó en Cero.
Y cuando Uno vio a Cero, pensó que cero era el número más bonito que había visto y que, aun viniendo antes que él, era entero.
Uno pensó que en Cero había encontrado el amor verdadero, que en Cero había encontrado a su par, así que decidió ser sincero con Cero y decirle que aunque era un cero a la izquierda, sería el cero que le daría valor y sentido a su vida.
Eso de ser el primero ya no le iba, así que debió hacer una gran bienvenida.
Juntos eran pura alegría y se completaban. Uno tenía cero tolerancia al alcohol, pero con Cero se podía tomar una cerveza cero por su aniversario, aunque para eso tuviesen que inventarse una fecha cero en el calendario.
Cero era algo cerrado y le costaba representar textos pero, junto a Uno, hacían el perfecto código binario. Eran los dígitos del barrio y procesaban el amor a diario, pero uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, así que Uno perdió a Cero. Y para cuando Uno se dio cuenta, Cero ya contaba de la mano con Menos Uno, que a pesar de ser algo negativo le trataba como una reina.
A Cero le gustaba que Menos Uno fuera original, tener un hueco en Menos Uno, un guion con el que podían jugar.
Cero le gustaba que Menos Uno no fuese uno más, que Menos Uno no fuese ordinal. Que fuese justamente competitivo y que cuando jugasen al UNO, Menos Uno no le dejase ganar.
Cero sentía que a diferencia de Uno, Menos Uno sí le trataba como un número de verdad. Y Menos Uno no ponía peros, ni pretendía darle valor a cero poniendo comas entre ellos.
Menos Uno no tenía complejos, y cuando hacían el amor, a menos uno le encantaba estar bajo cero.
Y Uno, una vez más se volvió a quedar solo, separado como una unidad. Sin Cero, su vida se consumía como una vela. Sin Cero, el tiempo en él hacía mella...
Y Uno empezó a contar pero sin Cero, se olvidó de los besos de Cero, del sexo con Cero, de los celos de Cero...
Y uno empezó a contar, pero sin Cero.
Uno se olvidó de Cero y le dijo adiós. Uno se olvidó de Cero y tal vez hasta del amor, y empezó a contar hasta lo que más miedo le daba: hasta el infinito. ... O tal vez solo hasta dos.
Autor: César Brandon.
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