a plaza se inunda de sonoridades revestidas de armonía. Los árboles han estallado en mil ramas, sobre las que los gorriones hacen equilibrio. La ropa tendida en las ventanas, baila al compás con las que las lleva el aire caliente. El pueblo y sus gentes se encuentran bajo el hipnotismo de la siesta. Las voces de los niños gritan rompiendo el silencio de la tarde. Los segundos, minutos y horas se pasean por las calles.
Los viejos que apenas duermen atraviesan la plaza con pasos arrastrados, sentándose a la sombra. Sólo miran, escuchan y esperan. Sus arrugadas y artríticas manos son utilizadas como visera espantan alguna que otra mosca. Un hombre camina solo, enciende un pitillo tras otro y habla entre dientes, cerrando los ojos para sentir mejor el roce del aire. El tiempo es detenido por el silencio de la gente, como si ya nada quedara por pasar. De repente las plañideras campanas de la iglesia, derraman sobre ese pueblo su triste sonido a muerte. Una pregunta pasa de boca en boca.
¿Por quién doblan las campanas…? Nadie sabe, aún nadie sabe…solo saben que la dama de la guadaña, ha venido a por su cosecha. La tarde sigue su arrastrado paso.La gente sigue esperando, sin tener claro que esperan. La vida sonríe desde lejos, no todos ya notan su presencia.
¿Por quién doblan las campanas…? Nadie sabe, aún nadie sabe…solo saben que la dama de la guadaña, ha venido a por su cosecha. La tarde sigue su arrastrado paso.La gente sigue esperando, sin tener claro que esperan. La vida sonríe desde lejos, no todos ya notan su presencia.
Esa espera de qu e la campana suene por otro.
ResponderEliminarUn beso.