Tengo el corazón lleno de caricias, de los abrazos que di, de los que me dieron, de los que quise dar y no llegaron a nacer, de los que ya nunca podré dar… Habitan en mí esas caricias y abrazos que los nuevos tiempos abominan y proscriben. Vacía vida la de un mundo que prohíbe los abrazos, inútil vivir donde están vetadas las caricias, no quiero mirar a ese gélido mundo que llama a la puerta, ese mundo que nos niega, ese inhóspito mundo de ausencias y distancias. Reniego de ese mundo de probeta y mascarilla, no lo quiero para mí ni para nadie. Reivindico el poder de la caricia y del abrazo. Si en el mundo en el que nos pudimos abrazar llegamos a matarnos unos a otros, ¿Qué no seremos capaces de hacer en este que ya asoma? Vacío mundo de zombis estúpidos y distópicos, de helados silencios y cibernéticas soledades. Vacío mundo ya de todo lo que un día fuimos. A nosotros, los viejos, nos queda el calor de los recuerdos; a los que vendrán solo el frío, el helado frío de su soledad. Las pandemias no llueven del cielo por muchas danas o galernas que soplen, necesitan que alguien las plante y las riegue con tiempo, premeditación y alevosía. Maldigo a los jardineros de pandemias que nos han robado los abrazos, a quienes las regaron recortando nuestra sanidad, a quienes las abonaron expulsando a jóvenes investigadores, científicos y sanitarios de este país, a quienes las podaron pagando menos impuestos a costa de que la sanidad universal y gratuita no llegase a todos los barrios, a quienes las cultivaron privatizando las residencias de mayores, a quienes convirtieron las residencias en negocio, a quienes miraron a otro lado, a quienes politizan la pandemia en su provecho, a quienes quieren forzar el desconfinamiento a golpe de cacerola rojigualda de Armani, a quienes consciente e intencionadamente se saltan las recomendaciones de los expertos sanitarios, a quienes pontifican como si lo fueran, y, sobre todo, a quienes criminal e irresponsablemente utilizan el dolor y la muerte para sembrar la mentira y el odio.
josé-chávez-morado-cristo,-la-pasión-de-los-pobres ¿De qué quiere usted la imagen? - Preguntó el imaginero- Tenemos santos de pino, Hay imágenes de yeso. Mire este Cristo yacente, madera de puro cedro. Depende de quién la encarga: una familia, o un templo, o si el único objetivo es ponerla en un museo - Déjeme, pues, que le explique lo que de verdad deseo: Yo necesito una imagen del Jesús el galileo que refleje su fracaso intentando un mundo nuevo, que conmueva las conciencias y cambie los pensamientos. Yo no la quiero encerrada en iglesias ni conventos, ni en casa de una familia para presidir sus rezos. No es para llevarla en andas cargada por costaleros. Yo quiero una imagen viva de un Jesús hombre, sufriendo que ilumine a quien la mire el corazón y el cerebro, que den ganas de bajarlo de su cruz y del tormento, y quien contemple esa imagen no quede mirando un muerto ni que con ojos de artista solo contemple un objeto ante el que exclame admirado: “¡qué torturado más bello!” -Perdóne...
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