Tengo el corazón lleno de caricias, de los abrazos que di, de los que me dieron, de los que quise dar y no llegaron a nacer, de los que ya nunca podré dar… Habitan en mí esas caricias y abrazos que los nuevos tiempos abominan y proscriben. Vacía vida la de un mundo que prohíbe los abrazos, inútil vivir donde están vetadas las caricias, no quiero mirar a ese gélido mundo que llama a la puerta, ese mundo que nos niega, ese inhóspito mundo de ausencias y distancias. Reniego de ese mundo de probeta y mascarilla, no lo quiero para mí ni para nadie. Reivindico el poder de la caricia y del abrazo. Si en el mundo en el que nos pudimos abrazar llegamos a matarnos unos a otros, ¿Qué no seremos capaces de hacer en este que ya asoma? Vacío mundo de zombis estúpidos y distópicos, de helados silencios y cibernéticas soledades. Vacío mundo ya de todo lo que un día fuimos. A nosotros, los viejos, nos queda el calor de los recuerdos; a los que vendrán solo el frío, el helado frío de su soledad. Las pandemias no llueven del cielo por muchas danas o galernas que soplen, necesitan que alguien las plante y las riegue con tiempo, premeditación y alevosía. Maldigo a los jardineros de pandemias que nos han robado los abrazos, a quienes las regaron recortando nuestra sanidad, a quienes las abonaron expulsando a jóvenes investigadores, científicos y sanitarios de este país, a quienes las podaron pagando menos impuestos a costa de que la sanidad universal y gratuita no llegase a todos los barrios, a quienes las cultivaron privatizando las residencias de mayores, a quienes convirtieron las residencias en negocio, a quienes miraron a otro lado, a quienes politizan la pandemia en su provecho, a quienes quieren forzar el desconfinamiento a golpe de cacerola rojigualda de Armani, a quienes consciente e intencionadamente se saltan las recomendaciones de los expertos sanitarios, a quienes pontifican como si lo fueran, y, sobre todo, a quienes criminal e irresponsablemente utilizan el dolor y la muerte para sembrar la mentira y el odio.
Con uno de mis dedos, rozo tus labios, dibujar tu boca intento. Cerrando los ojos te pienso siguiendo la línea con mi dedo, con el pensamiento te palpo. En tu rostro se dibuja una sonrisa, que por azar es la que busco. La libertad entre mis dedos crea pinceladas de luces, hago nacer los ojos que deseo. Siguiendo los pasos ciegos sobre tu piel de lienzo , se derraman colores de deseo, entre caricias disuelto. Me miras, de cerca me miras, pero yo no te veo, solo te siento con el pincel de mis dedos jugamos tan solo a tocarnos. Nos miramos cada vez más de cerca yo, siempre con los ojos cerrados. Superponiéndose sensaciones, de colores inciertos en respiraciones agitadas, se confunden nuestros cuerpos. Nuestras bocas se reencuentran mordiéndose con los labios, sabores de deseo degustamos perfumes de amores viejos, jugando en sus recintos. El silencio limpia nuestras frentes, sudorosas de trementina y óleo. Entonces mis manos buscan hundirse en tu enmarañado cabello...
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