Escribir siempre es partir hacia algo. No sabemos adónde vamos, pero intuimos que nuestro esfuerzo producirá frutos. La escritura no precisa justificaciones. No es necesario poseer dotes literarias para iniciar una aventura que sólo exige situarse delante de una página en blanco y esperar. No hay que desesperarse porque al principio no surja nada. Esperar y no impacientarse siempre es el preámbulo del acto de escribir, algo tan íntimo y misterioso como una plegaria o una experiencia estética. En una sociedad que vive el tiempo como una sucesión vertiginosa de obligaciones, intentando no desperdiciar ni un minuto, no es sencillo olvidar el ruido y la furia del exterior. Nuestra rutina no contempla algo tan sencillo como mirar hacia dentro y oír nuestra voz. Sólo escuchando nuestra voz podremos abrirnos a nuestros semejantes, estableciendo un diálogo verdaderamente humano, sin intereses espurios. Cada ser humano es una voz más o menos acallada, que anhela ser escuchada. Paradójicam...